Existe una inmensa cantidad de problemáticas y casuísticas que mueven a las personas a iniciarse en un proceso terapéutico. Normalmente, dar el paso de asistir a la primera cita supone cierto grado de reafirmación y seguridad con respecto al motivo de consulta que traes contigo.Sin embargo, no es tan inusual que los terapeutas escuchemos cosas como “Sé que esto no es un problema de verdad pero…”, “No debería quejarme por esto, hay gente que lo está pasando realmente mal” e incluso “Siento que vas a pensar que soy ridículo o ridícula por la magnitud de lo que te voy a contar pero…”. Aunque la motivación de la persona que tenemos delante puede variar su carga emocional; pudiendo incluir culpa, vergüenza, inseguridades, necesidades de tipo relacional o de legitimación… Siempre hay una duda real que requiere ser puesta en valor.

Personalmente, mi respuesta es implacable; me levanto, agarro el bate de beisbol que tengo detrás de la puerta de la consulta… No, ahora en serio. La vida no consiste en competir para posicionarse en torno al dolor más o menos insoportable. Si te genera malestar, tienes un problema que merece ser atendido y si no puedes gestionarlo solo, muy posiblemente necesites ayuda ya sea de un ser querido o de un profesional. Darle el valor al conflicto, preocupación o malestar que te trae o te incita a asistir a terapia significa darte valor a ti mismo, y darte valor a ti mismo es cuidarte.

porque no siempre nos las han enseñado, o las hemos visto. Pero fundamentalmente, no siempre las hemos experimentado y hecho nuestras. Para enfrentarse a un problema es preciso valorar la historia personal de la persona que tenemos delante, sus habilidades y fortalezas, sus miedos e inseguridades. Entender que no hay soluciones únicas ni más o menos válidas. Cada uno vive lo que le toca vivir y se enfrenta a la vida con las herramientas de las que dispone.

Nuria Losada Álvarez

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