El sentimiento de ira y la conducta agresiva es, con frecuencia, motivo de consulta en las sesiones de psicoterapia. Tanto para los más pequeños como para los adultos, esta pérdida del raciocinio y del control tiene consecuencias negativas para la persona a todos los niveles y en definitiva, también para su entorno. Esta conducta agresiva está movilizada por la emoción, produciéndose una falta de control de impulsos que llegan a anular los deseos de no dañar a terceros con palabras o actos.
La cólera, la rabia o la ira, a menudo activadas por la percepción de un sentimiento de injusticia o una provocación, son las emociones que actúan cómo disparadores de estas reacciones en cadena que pueden culminar en conductas agresivas. Asimismo, son las raíces desde donde se debe trabajar y atajar esta conflictiva tan común y tan problemática.

Ahora bien ¿Qué es la ira?
La ira es una emoción básica, primaria, se activa ante determinadas condiciones ambientales (calor o ruido extremos) y la percepción de una amenaza real o imaginada y prepara el organismo para la acción.
Las características fisiológicas que la acompañan son; aceleración cardíaca, sudoración, aumento de la presión arterial, incremento de los niveles de adrenalina y noradrenalina, aumento de la energía, la tensión corporal y la sudoración, enrojecimiento de la piel y pérdida de la capacidad de razonamiento.¿Cuáles son los tipos de respuestas agresivas que puede generar el sentimiento de ira?

Podemos distinguir tres tipos de respuestas agresivas movilizadas por la cólera:

-La violencia instrumental. El objetivo de este tipo de reacciones agresivas es lograr un fin (por ejemplo, evitar que alguien haga algo que nos molesta). Esta conducta pone en evidencia la incapacidad de la persona para lograr determinados objetivos o resolver ciertos problemas mediante la vía de la comunicación asertiva. Supone ejercer control en terceros despertando a menudo miedo o temor y movilizando a la persona a actuar por medio de esta vía.

-La violencia explosiva. Este tipo de violencia se produce ante una situación frustrante o percibida por la persona como injusta, a menudo soportada durante un cierto período de tiempo. Estas frustraciones, injusticias y perturbaciones son acumulativas y culminan, a veces sin motivo, en una reacción de tipo explosivo muy difíciles de gestionar, provocando gran malestar y posteriores sentimientos de culpa.

-La defensa agresiva. Esta reacción surge con motivo de evitar un ataque, ya sea este real o imaginario. A menudo nace de una tendencia a interpretar las situaciones negativamente, desde la hostilidad, así como de dificultades de aceptar críticas.
La toma de consciencia de los motivos que nos mueven a actuar con agresividad es el primer paso para gestionar esta incómoda emoción. ¡Pide ayuda para ello a tu terapeuta! Y, mientras tanto, ¿Qué te parece empezar a poner en práctica esta sencilla técnica de control de la ira?.

“La Técnica del semáforo”
Visualiza un semáforo, ¿Lo tienes? Cada color va a representar una etapa en nuestra gestión de la ira.


Empezamos con el rojo…
¡PARA!: No queremos perder la calma. Es esencial preservar el control, por ello debemos detenernos cuando notemos que la ira nos invade, para evitar que se apodere de nuestra mente y hable y actúe por nosotros. Aléjate de la situación que te genera malestar, tomate unos minutos, RESPIRA, la ira tiene carácter temporal, ¿Recuerdas? Es una reacción, date tiempo y hazla manejable.
Sigamos con el color amarillo, ¡PIENSA!: Después de parar, cuando las emociones negativas comienzan a disminuir, ya podemos comenzar a darnos cuenta de nuestra reacción y nuestros sentimientos, y con ellos, pensar una solución y unas consecuencias más favorables.
Y por fin, semáforo verde ¡ACTÚA!: Llevamos a cabo la solución deseada, sin dañar a otros ni a nosotros mismos. Este será ya un estado más relajado, más positivo.

Nuria Losada Álvarez

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